- ¿Por qué hace frío aquí?
- Mi señor, la sala esta ardiendo tal como os gusta.
- ¿Entonces por que siento escalofríos?
- No es muy normal mi señor que un gran demonio como vos padezca frío. ¿Acaso no será que tanto deambular entre humanos os han pegado alguno de sus males?
- No mi buen Belial , no es eso, no estoy enfermo, es mas bien como si me faltara algo.
Belial, rápido hizo un computo mental de las posesiones de tropas de su señor, así mismo repaso sus logros y posesiones.
- Pues mi señor, puedo informaros que no se trata de eso. En mi balance todo , esta es su sitio.Quizás sea un poco de acción y sangre lo que vos necesitáis.
- Belial, de eso tengo todos los días, de hecho he tenido demasiado trabajo.
- Pues entonces no se que podéis echar de menos mi señor. ¿Quizás estéis cansado? O simplemente necesites algo de compañía.
Desde la ventana la vio pasar. En su rostro podía verse que no era feliz, algo la atormentaba. Caminaba lentamente como si no quisiera llegar al salón, en donde toda su familia afectiva estaba reunida.
Cuando el apareció, esta misma familia le agasajo. Siendo tan dispares entre ellos, cuando estaban juntos se respiraba camaradería y cariño genuino, por eso se encontraba bien en la tierra de humanos, tenia su propia familia, creada agolpe de espada y muerte.
La sintió boquear aire aun antes de abrir la puerta, para darse valor.
Su reacción al verle le diría como estaban las cosas.
Joha, su hermanastro fue el primero en alcanzar a saludarla con un beso en la frente, a priori se llevarían bien, en cuanto le sacara de su cuarto.
Lujuria voló sobre las puntas de los pies para interceptarla y preguntarla
- ¿Sabes quien ha venido?
- ¿Quién llego gemelita?
- Anguelus…- dijo a la vez que se retiraba para dejarla ver bien
No corrió como siempre lo hacia a sus brazos.
No escondió la cabeza en su pecho unos segundos.
No se aupó sobre sus pies para alcanzarle los labios.
Camino hasta el y tímidamente le toco la cara con la mano, la reacción de su cuerpo no se hizo esperar, bajo su temperatura de forma automática, para no consumir al ser etéreo de agua que era su Ondina.
- Bienvenido…
- ¡Maldita sea¡
La agarro de la mano y salió con ella, casi arrastras andando a largas zancadas.
Algunos de los miembros mas jóvenes de la familia, que no le conocían, intentaron salir detrás de el, pero Lujuria les achanto, con una mirada.
- Ella estará bien.
No pudo contenerse más y la beso.
El tiempo pareció detenerse y cuando por fin la soltó, el demonio parecía sufrir mil muertes.
- He bebido de tu corazón. Decídete mujer y hazlo ahora. Hazlo bien. Lo que tú quieras lo respetare. Tienes mi humanidad en tus manos. Volveré al inframundo.
Al verle caminar de un lado a otro del cuarto, parecía un león enjaulado, pero solo para ojos ajenos.
Para ellos siempre seria algo mortal y peligroso, nunca nadie podría imaginar, cuanta bondad, cuanto amor había debajo de aquella piel de demonio.
- No quiero decidir.
- Tienes que hacerlo o simplemente desapareceré para siempre.
Esas palabras fueron como un puñetazo directo sobre la boca del estomago, solo entonces pude darme cuenta de cuanto lo amaba, de que mi vida sin el, no merecería la pena.
Su ausencia, había debilitado mis sentimientos, no más bien los había adormilado, pues solo me falto verle y sentir como su corazón, que llevaba yo en mi pecho latió con fuerza reconociendo a su dueño.
Con un beso, el había leído mis preocupaciones, mis dudas y mis miedos.
Y siendo consciente de todo ello, de que podría obligarme con uno solo de sus pestañeos aun me daba la libertad para elegir.
En ese momento me sentí tan mal que quería morirme.
Con mis tonterías de muchacha consentida, había hecho daño al ser que mas amaba en esta tierra.
Quise desaparecer, hundirme en la miseria, estaba avergonzada y horrorizada por lo que estuvo a punto de suceder.
Salí corriendo del cuarto, no me soportaba.
Pero al llegar a la mitad de la escalera el se interpuso en mi carrera.
- Puedes correr pero no te dejare marchar sin una contestación.
Así fuimos bajando las escaleras, de forma mágica, hasta que llegamos a las cuadras, allí mis fuerzas me abandonaron y tuve que agarrarme a la silla del caballo.
Mis lágrimas, los cambios y mi respiración no me dejaban seguir adelante, pero lo que me detuvo fueron sus manos en mis hombros.
- Decídete mujer.
- No hay nada que decidir.
Le sentí congelarse, antes de separarse de mí.
- No puedo decidir nada, solo hay una posibilidad y siempre serás tu.
Cabalgamos como el viento y pronto estuvimos delante de nuestros dioses competentes, que nos unieron para siempre en un matrimonio único, ya que nos fugamos para casarnos solo ante nosotros.
Mas tarde la autoridad de los hombres, nos afirmo la unión.
No tuve un traje blanco de novia, pero no lo hubiera querido, tenia mi mejor vestido, su piel.